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Fíate de la Virgen y no corras

Significado de la expresión

Cuando hablamos con alguien que muestra demasiada confianza en algo y queremos aconsejarle que sea prudente, por su propio interés o por el nuestro, le decimos “fíate de la virgen y no corras”.

Por ejemplo, en una empresa entra una persona nueva ocupando un cargo directivo, y una compañera le dice a otro:

-“Corren rumores de que la nueva dirección es mejor que la anterior, por lo visto nos va a mejorar nuestras condiciones salariales y va a haber cambios positivos para los trabajadores”.

Y le contesta el compañero:

-“¡Tú fíate de la Virgen y no corras!”-.

Origen de la expresión

Existen dos versiones sobre el origen de esta expresión.

Primera versión:

La primera versión, que fue la primera que yo leí hace unos años (y pensaba que era la única versión), procede de un hecho histórico conocido como las guerras carlistas.

Durante la primera guerra carlista, entre 1833 y 1840. Una vez fallecido el rey Fernando VII, su hermano Carlos María Isidro de Borbón aspiraba al trono, pero la hija de Fernando VII, Isabel II, fue proclamada reina. Se produjo la guerra más sangrienta del siglo XIX al enfrentarse el bando liberal (favorables a la reina Isabel II) y el bando absolutista (favorables a Carlos María Isidro).

El infante Carlos María Isidro nombró a la Virgen de los Dolores Generalísima de sus ejércitos, y se encomendaron a esta Virgen para ganar la guerra.

Una vez muerto el general carlista Zumalacárregui a consecuencia de una herida, nombraron como general a Vicente González Moreno que acabó claudicando ante los liberales mandados por Luis Fernández de Córdova y el general Espartero (de ahí el dicho “tiene los cojones como el caballo de Espartero“).

Al retroceder las tropas carlistas en la batalla de Mendigorría, los isabelinos les gritaban burlándose “¡fíate de la Virgen y no corras!”.

Segunda versión:

La segunda versión parte de una hipótesis encontrada en la obra de Joaquín Bastús titulada La sabiduría de las naciones donde se narra el relato de un torero bastante osado por arriesgar demasiado al recibir la embestida del toro con un alarde de fe, encomendándose a la Virgen. Hasta que un día “tanto había ido el cántaro a la fuente que al final se rompió”, y efectivamente el toro corneó violentamente al torero pero éste logró salir corriendo como pudo mientras alguien del público le gritaba “¡para que te fíes de la Virgen y no corras!”

En conclusión, como dicen en mi barrio, “persona precavida vale por dos”, o “de valientes está el cementerio lleno”. No hay que fiarse de las apariencias ni de los rumores, ni hay virgen que te salve de nada.

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